Leyendas del tesoro de Sevilleja



Cuando éramos chicos las leyendas de tesoros escondidos en el campo nos alegraban más que ninguna otra. No se hablaba más que de eso; era nuestro entretenimiento hasta que llegó la radio y la televisión.

Cueva de Moraleda

 
Soñar un tesoro: Había gente que soñaba tres noches seguidas con el emplazamiento exacto de un tesoro y la tercera vez era la señal de que era verdad; a veces, acertaban, como uno que vino de Madrid porque había soñado con un tesoro escondido bajo un poyo sobre el que dormía una cabra negra. Vino al pueblo, buscó y lo encontró. Sin embargo un caso desafortunado fue el de una señora de La Mina de Santa Quiteria que soñó con un tesoro escondido en la cueva de Moraleda; no se encontró nada a pesar de la exploración exhaustiva del alcalde pedáneo y otros hombres que se metieron hasta el fondo con lámparas de carburo.


 

La encina que está en el centro de la Casquera Redonda de la sierra; dicen que debajo de la encina hay un tesoro, a diez metros, pero no se sabe en qué dirección se encuentra el punto exacto. ¿Al norte? ¿Al sur? Seguro que muchos lo han intentado a escondidas, como se aprecia en las zanjas que hay excavadas repartidas por la casquera. La creencia es que debajo de la encina hay una serpiente que lo custodia; el que la vea tiene que escupir sobre ella para librarse de su ataque y luego tiene que dejarse lamer la cara. O quizá responder a los enigmas que pueda plantearle como la esfinge del mito griego.

Encina de la Casquera
Las partidas carlistas que tenían su guarida en la sierra escondían el producto de sus rapiñas en el campo, desde alimentos hasta dinero: queso, manteca, carne en aceite guardada en parras y escondida bajo tierra. Muchos, persiguiendo a conejos con perros, han entrado en las madrigueras, las han agrandado y han hallado las parras con conservas. Uno de ellos fue el padre de Domingo y su hermano. Encontraron al pie de una casquera, dos parras con restos de huesos, restos de costillas en manteca; siguieron cavando alrededor pero no hallaron dinero. Al día siguiente volvió el hermano solo; como siguió cavando en la base de las piedras de la casquera, estas se vinieron abajo y lo aprisionaron en el hoyo. Pidió auxilio y acudieron algunos labradores a sacarlo de allí. Los campos estaban llenos de gente en aquella época, no como ahora, que no ves a nadie. Cuando Eusebio se cayó al pozo de la mina también había gente por allí; si es ahora no se salva. 

Hay más casos verídicos de estos hallazgos en el campo, por ejemplo el caso de Paco, el Labrador —todos eran labradores, pero se conoce que le apodaban así—. Y entonces el padre le dijo que fuera a la sierra a por leña, porque la sierra sería de dominio público, que iba todo el mundo y cortaba la leña que quería… total que el hombre se fue, se puso a cortar una encina, y venga darle a la encina, y venga a darle a la encina y a la encina le quedaba mucho trozo; era una encina que estaba como podrida, pero que tenía hueco. Y ya se cansó dijo: “Pues lo que hago yo es que prendo la encina y cuando venga mañana la encina está en el suelo”. Y así lo hizo, y al día siguiente fue a hacer la leña y, fíjate, contó que se encontró como trozos de parra, de parra de barro, parras de esas de dos asas, rotos y llenos de escoria.
Y que se trajo las escorias y las llevó al boticario del pueblo, a este don Manuel Corroto Ollero, que era una persona entendida. Entonces este le dijo que eran escorias de oro, de plata y de cobre. Y añadió: “Pues, chico, has quemao tu suerte”.

Amador González contaba el caso del jefe de la partida callista que anduvo por estas sierras a finales del siglo diecinueve. La partida iba siempre a caballo y, en los pueblos, buscaba al alcalde para pedirle forraje y aprovisionamiento. En la que vino a Sevilleja había uno del pueblo. Buscaron al alcalde, que estaba arando en la dehesa, le abordaron y le pidieron aprovisionamiento. El alcalde aprovechó para entablar conversación: 
¿Cuándo te retiras?
—Ya pronto. Tengo escondido dinero suficiente para dejarlo y ese dinero oye todos los días el toque de las campanas de la iglesia. 
Después siguieron su camino hacia Anchuras. Al jefe lo hallaron una vez bañándose en el río Estenilla. Allí le emboscaron, le dispararon y le hirieron; pudo escapar malherido pero murió, por lo visto, en el monte, desangrado. Lo encontró un pastor de Anchuras. Tenía las botas llenas de billetes y monedas; el pastor se hizo rico y enriqueció a toda su descendencia hasta hoy. 
Era famosa la frase de la mujer del cabecilla que decía: “Quién quite las botas a mi marido no vuelve a trabajar en su vida”. Entonces, claro, se desveló el verdadero sentido de lo que decía. 

Circulaban también otras frases que hacían referencia a los tesoros escondidos en estas sierras. Una quizá la pronunciara un rebelde, un moro: “Sierra de Altamira, ¡ quién pudiera darte la vuelta (o siete vueltas) !” Todos querían desentrañar los secretos del suelo de la sierra. Hay otras versiones de estas exclamaciones, como aquella que cuenta que algún carlista, cuando se alejaba de esta comarca, miraba hacia atrás suspirando: "¡ Ay Sierra de Altamira, cuánto oro y plata tienes mía !" Por lo visto los que le acompañaban estaban muy atentos a todo lo que decía.

Tía Josefa, la Facciosa, una de ellos, llevaba siempre dos caballos en sus correrías por La Jara y cuando la perseguían las fuerzas liberales de Belvís, de un brinco se cambiaba de caballo para no cansar demasiado a uno sólo. Como la apresaron, pasó mucho tiempo en la cárcel y al salir, yendo por el camino de La Nava a Sevilleja, uno de los de su cuadrilla, que era del pueblo, la oyó cantar coplas : 

En la Sierra Sevilleja 
hay mucha plata escondida; 
el labrador que la encuentre
no vuelve a arar en su vida. 

−Por lo visto tuvo tiempo de componer coplas en la cárcel. 
−Pues ya podía haber apuntado el lugar en un papel. Ahora, sin planos, ¡ a ver quién lo encuentra!

   
uenta la leyenda el caso famoso del tesoro de los dos hermanos: Trabajando cerca del Venero, chorrera donde nace el arroyo de la Garganta, un campesino del pueblo se encontró con un jefe de partida carlista que estaba escondiendo algo debajo tierra; el carlista le amenazó de muerte si revelaba lo que había visto. Has de saber, desocupado lector, que en aquellos tiempos los campesinos tenían miedo de salir al campo, no había fuerzas del orden que los defendieran de los delincuentes. El pobre hombre no dijo nada hasta el final de sus días, cuando, ya cerca de la muerte, contó a su amigo Rufino el tabernero lo que le había pasado muchos años atrás. 

Un domingo a la mañana Rufino, con la azada al hombro, fue a la pedriza al lugar que le habían señalado; después de cavar y cavar durante horas allí no aparecía nada; empezó a tener dudas sobre la veracidad de la información. A media mañana comenzaron a tocar a misa. El hombre, desengañado, dejó allí su trabajo y, muy religioso, se vino al pueblo a asistir a misa, también para no levantar sospechas, que en domingo no se trabaja.
Al día siguiente volvió al Venero a retomar el trabajo donde lo había dejado. Entonces de nuevo volvió a oír las campanas pero esta vez doblaban porque había muerto uno en el pueblo y esto le impresionó y se bajó. Es, pues, de saber que la gente de antes tenía sus supersticiones, sus temores y se vino.
En el camino se encontró con su hermano y cometió el error de contarle lo que había pasado y lo que había encontrado. 
— ¿De dónde vienes, adónde vas?
— Pues mira, que me he soñao un tesoro, y vengo de cavar y cavar pero que no aparece. Me he cansao, lo dejo y me vuelvo.
Torre de la iglesia y Casquera (1968)

Tio Juan Cristina, que así se llamaba el hermano, más despreocupado, aprovechó la ocasión para llegar hasta el lugar que le había dicho su hermano mientras este se volvía a casa doblado del esfuerzo. Se conoce que este estaba muy cerca del hallazgo cuando lo dejó. Juan desenterró sin problemas un puchero lleno de monedas de oro y se lo apropió. Luego, lo escondió en su casa de la Garganta, esa que después fue del molinero Román. 

Es pues el caso que tío Juan escondió su dinero dentro de los montones de trigo de la troje y de hecho iban a robarle porque la noticia  fabulosa había corrido como la pólvora por el pueblo y por toda la comarca y atrajo la atención de los bandidos; por las noches solían acudir bandoleros de la Mancha y cuatreros de la Jara a asaltar la casa pero ninguno pudo entrar a la fuerza ni por la puerta ni por el tejado porque la defensa era muy efectiva:  tenía la puerta unos cerrojos poderosos que resistieron los golpes de los asaltantes. Además colaboraban en la defensa los hombres del pueblo que tenían escopetas. A la más mínima sospecha se tocaba a rebato y se daban voces de aviso. 

Como tenía varias vacas negras de las vacadas que había entonces en el pueblo pues, muchas veces, al entrar las vacas, los cuatreros, más astutos, se metían entre el ganado y él no los podía ver porque no había luz eléctrica. Era al anochecer y cuando había oscurecido, pues iban y los atacaban claro, que les dieran el dinero. Entonces se lo daría o lo buscarían ellos...

Todavía en 1908, al presentarse en la casa tras un aviso, los escopeteros del pueblo encontraban a tio Juan Cristina y a su mujer amordaza'os, con un pañuelo apretado en la boca, que no podían hablar, las manos atadas, asustados.

Algunos piensan que después de tantos asaltos los ladrones consiguieron llevarse una parte del tesoro, otros creen que no pudieron entrar ni llevarse nada porque tio Juan Cristina supo esconderlo de la mejor manera posible, que en esto hay alguna diferencia entre los autores que este caso cuentan.




Parte de un tesoro hallado en La Jara en 2002



Sobre la propiedad de los hallazgos histórico-artísticos en el campo ha escrito unos comentarios interesantes en su blog Juan Bautista Moreno Román : 

Enlace | La propiedad de los tesoros



En busca del tesoro de la sierra